diumenge, d’abril 30, 2006

Paris



Escucho: Nunca te he visto (La buena vida)

.... quiero desafinar así...;-)
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dissabte, d’abril 22, 2006

Mi papá, los pobres y las lentejas de mi abuela



La primera vez que escuché la palabra “pobre” tenía cuatro años y estaba mirando un noticiero por televisión. Así de entrada, me pregunto qué estaba haciendo yo a los cuatro años mirando un noticiero en lugar de dibujos animados, pero en fin, ese es otro tema. A lo que vamos. Yo estaba tirada en la alfombra y escuché “bla bla bla….los pobres…bla bla bla bla”. No recuerdo nada más, sólo recuerdo, como si hubiera pasado recién, que escuché eso y que no sabía qué era.

-Papi ¿Qué son los pobres…?
(Silencio. Mi abuela mira a mi padre y sale de escena rápidamente “porque la mucama la llamaba.”)

- Los pobres son gente que no tienen plata. No tienen nada, ni para comer.

Quince minutos más tarde, todos estábamos sentados en la mesa. “Todos” éramos mi padre, mi abuelo, mi abuela, mi hermano y yo. Mi madre vaya uno a saber por dónde andaba, es probable que en algún universo lisérgico.
Pero sigamos con la escena: Mi abuela hizo sonar la campanita y dos segundos más tarde apareció con una enorme bandeja María, “la sirvienta”. Todavía no puedo creer como mi abuela, tan divina, podía a veces usar esa palabra terrible para hablar de ella.

María dejó todo en la mesa y se fué. Plato del día: lentejas, algo que yo nunca había comido. Miré con desconfianza, revolví, probé un poquito y se ve que no, que no me gustaba.
Al principio todo fue bastante relajado, mi abuela insistía, mi padre también…pero yo nada, no había caso. Entonces puso su cara y su voz más seria y me dijo:

-Ya está bien de jugar con el tenedor, comé.
-No me gusta.
-No importa, lo comés.
-No quiero (En ese momento miré a mi abuela, quería saber si podía seguir en mi línea o si ya era hora de parar y comerme las lentejas). Mi abuela por supuesto, no me detuvo.
-Querido, dejala a la nena, no le gusta…
-Mamá vos no te metas.

Se habían formado dos bandos: mi padre por un lado y yo con mi abuela. Tres bandos mejor dicho, el otro lo conformaban mi hermano y mi abuelo que seguían la escena como si se tratara de un espectáculo.
Digo yo, me imagino, ya que estaban sentados en la otra lejana punta de la mesa y no decían ni una palabra mientras comían.

-Agarrás ese tenedor y te lo metés en la boca.

Yo agarré el tenedor, vacío, y mirándolo con absoluta provocación, me lo metí en la boca.

-Basta. Cuento tres y en tres estás comiendo.

(Silencio)

- Empiezo: uno…

(Miro a mi abuela)

-Dos…

(Decido no comer y averiguar las consecuencias)

-¡No me hagas decir tres! ¿Qué hacemos si no lo comés? ¡¿Tirarlo?!

Entonces miré de frente a mi padre y teniendo absoluta conciencia de lo que me podía pasar, le dije:

-No, que no lo tiren, que se lo den de comer a los pobres...

Lo que pasó a continuación fue, desde el punto de vista teatral, espectacular. Lo reconozco. Mi padre estiró el brazo y en un sólo gesto me agarró del brazo y me revoleó por encima de la mesa.
Primero fui a parar a la alfombra persa del salón, la misma en la que estaba tirada antes mirando la tele. Suerte que era bastante mullida, porque de lo contrario habría acabado en el hospital de las contusiones, pero es lo que tienen los ricos, pueden estrellar a sus hijos en el suelo sin problemas, ya que siempre encontrarán una mullida alfombra que los proteja.

Mientras mi abuela gritaba “¡dejala, pobrecita!” y mi hermano y mi abuelo seguían comiendo, yo por adentro me moría de risa. Escuchaba las cosas que me decía mientras sin ninguna convicción intentaba pegarme, y de verdad me daba risa.
Jamás me había pegado y, pobre, no le salía.
Sé que mencionó a Marx, a los obreros rusos y el fin de las clases sociales. También me dijo que era una burguesa aristocrática y que la vida real no era la vida de mi abuela (hay que decir que en eso tenía razón, ojalá la vida real hubiera sido la vida de mi abuela).

Tengo que reconocer que esto de la violencia no era lo suyo. A mi padre se le daban mucho mejor otras cosas, dos ahora se me están ocurriendo: escapar de dolor de la única manera que podía y soñar. Soñar con hacer realidad cosas que para él nunca llegarían.



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dimecres, d’abril 12, 2006

Esperando me a mí



-¿Y si nos arrepintiéramos..?
-¿De qué?
-¡Hombre! No hace falta entrar en detalles.

Samuel Beckett (Dublin, 13 de abril de 1906 - París, 22 de diciembre de 1989)

dissabte, d’abril 08, 2006

Las pantuflas como tal


Las pantuflas como tal, son como éstas. A veces, cuando estoy rica (cosa que afortunadamente no sucede a menudo) salgo para comprarme algo y que éste algo sea exactamente el algo de mis sueños.
Ya que cada día me he de conformar con lo que me toca sin decidirlo, esos días que les digo salgo oronda con el firme propósito de adquirir el salmón más exquisito, el libro aquel descatalogado, un "au de perfum" y no un "au de cologne", etc. 


Hace unos meses le tocó también a....las pantuflas. Necesitaba sí o sí, comprarme un par de pantuflas. Yo, desde un día que tuve que internar a mi padre casi medio totalmente enfermo y el médico como si nada me pidió que le trajera las pantuflas de casa, como que no. Desde aquella época comprar pantuflas o un piyama es una actividad interdita, no puedo dejar de acordarme de mí corriendo desesperada al Carrefour para que mi padre tuviera lo necesario lo antes posible. 
Porque ese día que les cuento, en tres segundos, parados los tres en el ascensor mi padre, yo y el médico descubrí que el señor este que me había dado la vida no sólo no tenía pantuflas sino casa ni nada, y no era cuestión, que él, tan elegante, tuviera que andar desarrapado los días antes de su muerte. No, no, no. Así que ahí andaba yo por los carrefures, comprando pantuflas y un piyama de lanita, medio de bebé, medio de abuelo, medio de moribundo. 
Cuando llegué con las compras, mi padre se vistió con todo en diez segundos. Nadie en el hospital sospechó que era un piyama recién comprado, lo había elegido tan bien que hasta mi papá pensó que había dormido con él los últimos años de su vida. Nadie lo hubiera pensado, les diría ni yo. Viéndolo vestirse con tanta tranquilidad y rapidez, sin mirar lo que le había llevado, hasta casi consigue hacerme creer que todo era de él y que no había sido yo la que lo había elegido y comprado. 
Me quedé inmóvil mirándolo. Se vistió y no me hizo ningún comentario. A veces dudo si en realidad lo que pasó no es que el mayordomo de casa vino en el coche con la ropa de noche de mi padre, lo saludó con un "Buenos días Don Jorge, ¿necesitará algo más..?". Es que a mi familia en general se le daba muy bien eso. Creer que conservaban tenían cosas que en realidad ya habían perdido.

dimarts, d’abril 04, 2006

Centimetros de mi piel


Como una dama antigüa, como mis bisabuelas en el pasado, puedo sólo mostrarte centímetros de mi piel. Podría conformarme, regodearme en la elegancia de la sonrisa tímida y tras mi sombrilla de encaje, mirarte de frente con picardía bajando los párpados para que vos, al cerrar los ojos, te estremezcas imaginando la sensación de mis pestañas rozándote el ombligo...

Pero es que no. Me vas a perdonar, pero resulta que soy más carnal. Y no más carnal con este estilo tuyo de puñales y lágrimas. No más carnal con este poner a prueba permananente. No más carnal con estas trampas sin reglas ni previo aviso. Mi carnal es más mejor, como decían siempre mal mis compañeritos de escuela, esos que salían de un barrio, esos que no tenían educación....Más mejor así nomás, puesto sin comillas ni sic entre paréntesis. Mi carnal es más mejor. Espero que no termines de transformarte en la maestra que los corregía, en yo que miraba sin llegar a saber si estaba de acuerdo. Espero. Te quiero más de lo que debería, vos, mi amada infinita, mi amada maculada, yo, que ya no soy más yo sin vos, Barcelona.

diumenge, d’abril 02, 2006

Dos dias perfectos


Tengo que ser justa. Barcelona puede ser terrible....y maravillosa. A veces voy caminando por la calle y me cruzo con alguna persona llorando mientras va para algún lado y me digo: -Uy...dolor en Barcelona. Cuando uno es extranjero, dolor en Barcelona es mucho dolor, dolor seco, insoportable. Pero están los otros, están también los días de felicidad...y bueno ¿Cómo explicarles..?. Es que no, no voy a explicarles. Porque para cada uno es diferente, y entonces sólo les digo eso: fueron dos días espectaculares. De Sol sin mucho calor, de cielos naranjas en mi terraza, de amigos llegando con flores de visita y de improviso...De té con pastelitos indúes y música. Dos días de anécdotas de Londres, de Buenos Aires y la India. De reencuentro con Yves, a quien hacía dos años que no veía. Y también (sobre todo) escribir, escribir y escribir como hacía meses no hacía, descubrirme con ganas imparables y.....lo que les dije: dos días de ......lujo iba a poner, pero es que no, no me gusta esa palabra. ¿Porque el lujo qué es? un asco, y éstos dos días fueron como les dije, incomparables.