divendres, d’abril 13, 2007

El sobretodo de mi abuelo


Dormí abrazada a él varias noches y durante meses me abrigó su calor.

Ahora mi abuelo yacía bajo tierra fresco y muerto, y yo me dormía ahogada con el pensamiento de sentirlo casi vivo, sin entender la lógica del mundo de meterlo con inmediatez bajo tierra. Como si su cuerpo tuviera primero que secarse o pudrirse para recién después meterlo en un cajón. Meter el cuerpo en un cajón, sellar con estanio, derramar el líquido aséptico, ajustar la tapa de madera lustrada.

Qué frío hacía ese invierno. Y él ahí, solo y muerto. Exactamente igual, sólo un poco distinto de como estaba con el último beso que le di.

Pasados los rezos la gente se fue yendo, de uno en uno y poco a poco. Me saludaban y sonreían con condescendencia, algunos me invitaban a volver a la ciudad en coche ¿volver a la ciudad..? ¿irme en coche..?

Me acosté en la tierra de su tumba...En su tumba sin cruz, sin identificación ni piedra. Sólo mi mejilla recostada en el barro frío de la tierra revuelta. Estómago, cara, piernas fríos y adormecidos por el barro en el suelo, sólo mi espalda y las botas mantienen el calor que desprenden los latidos de mi cuerpo.

El enterrador, mucho después de cumplir con su trabajo, continúa pasando delante de mí con un gesto cínico. Camina sin inmutarse al ver mi cuerpo adormecido sobre la tumba, lo sabe desnudo bajo el sobretodo, no lo engañan mis botas ni mis medias.

No puedo decir que al morir mi abuelo me haya quedado sola. Me acompaña la niña que dejé de ser desde aquel día y para siempre.





Ilustración: Carmen Segovia
Texto: Georgina Roo.

Más trabajos de Carmen en:
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