diumenge, de desembre 21, 2008




La primera vez que escuché la palabra “pobre” tenía cuatro años y estaba mirando las noticias por televisión.
Así de entrada, me pregunto qué hacía yo a los cuatro años mirando las noticias en lugar de dibujos animados, pero en fin, ese es otro tema. A lo que vamos. Yo estaba tirada en la alfombra y escuché “bla bla bla…los pobres…bla bla bla bla”.
No recuerdo nada más, sólo recuerdo, como si hubiera pasado recién, que escuché eso y que no sabía qué era.


-Papi ¿Qué son los pobres…?
(Silencio. Mi abuela miró a mi padre y salió de escena rápidamente “porque la mucama la llamaba.”)


- Los pobres son gente que no tienen plata. No tienen nada, ni para comer.


No le pedí más explicaciones, había quedado bastante claro.


Quince minutos más tarde, todos estábamos sentados en la mesa. “Todos” éramos mi padre, mi abuelo, mi abuela, mi hermano y yo. Mi madre vaya uno a saber por dónde andaba, es probable que en algún universo lisérgico.
Pero sigamos con la escena: Mi abuela hizo sonar la campanita y dos segundos más tarde apareció con una enorme bandeja María, “la sirvienta”. Todavía sigo sin entender cómo mi abuela, tan divina, podía a veces usar esa palabra terrible para hablar de ella.


María dejó todo en la mesa y se fué. Plato del día: algo que yo nunca había comido, guiso de lentejas. Miré con desconfianza, revolví, probé un poco y se ve que no, que no me gustaba.
Al principio todo fue bastante relajado, mi abuela insistía, mi padre también…pero yo nada, no había caso. Entonces puso su cara y su voz más seria y me dijo:


-Ya está bien de jugar con el tenedor, comé.
-No me gusta.
-No importa, lo comés.
-No quiero (En ese momento miré a mi abuela, quería saber si podía seguir en mi línea o si ya era hora de parar y comerme las lentejas). Mi abuela por supuesto, no me detuvo.
-Querido, dejala a la nena, no le gusta…
-Mamá vos no te metas.


Se habían formado dos bandos: mi padre por un lado y yo con mi abuela. Tres bandos mejor dicho, el otro lo conformaban mi hermano y mi abuelo que seguían la escena como si se tratara de un espectáculo.
Digo yo, me imagino, ya que estaban sentados en la otra lejana punta de la mesa y no decían ni una palabra mientras comían.


-Agarrás ese tenedor y te lo metés en la boca.


Yo agarré el tenedor, vacío, y mirándolo con absoluta provocación, me lo metí en la boca.


-Basta. Cuento tres y en tres estás comiendo. Empiezo: uno…


(Miro a mi abuela)


-Dos…


(Decido no comer y averiguar las consecuencias)


-¡No me hagas decir tres! ¿Qué hacemos si no lo comés? ¡¿Tirarlo?!


Entonces miré de frente a mi padre y teniendo absoluta conciencia de lo que me podía pasar, le dije:


-No, que no lo tiren, que se lo den de comer a los pobres...


Lo que pasó a continuación fue, desde el punto de vista teatral, espectacular. Lo reconozco. Mi padre estiró el brazo y en un sólo gesto me agarró del brazo y me revoleó por encima de la mesa.
Primero fui a parar a la alfombra persa del salón, la misma en la que estaba tirada antes mirando la tele. Suerte que era bastante mullida, porque de lo contrario habría acabado en el hospital de las contusiones, pero es lo que tienen los ricos, pueden estrellar a sus hijos en el suelo sin problemas, ya que siempre encontrarán una mullida alfombra que los proteja.


Mientras mi abuela gritaba “¡dejala, pobrecita!” y mi hermano y mi abuelo seguían comiendo, yo por adentro me moría de risa. Escuchaba las cosas que me decía mientras sin ninguna convicción intentaba pegarme, y de verdad me daba risa, por más empeño qe ponía, no le salía. Jamás había usado la violencia física.
Ahora, cuando me pongo a pensar en aquel día, me sorprendo por la naturalidad con que podía observar la escena desde fuera.


Me acuerdo que mencionó a Marx, a los obreros rusos y el fin de las clases sociales. También me dijo que era una burguesa aristocrática y que la vida real no era la vida de mi abuela (hay que decir que en eso tenía razón, ojalá la vida real hubiera sido la vida de mi abuela).


Es que esto de la violencia no era lo suyo. A mi padre se le daban mucho mejor otras cosas...dos ahora se me están ocurriendo: escapar de dolor de la única manera que podía y soñar. Soñar con hacer realidad cosas que para él nunca llegarían.






g.r.


La foto: Representación de la obra teatral Esperando a Godot, de Samuel Beckett.
(Imágenes Google).