dimecres, de juliol 12, 2006

Mi padre, Dios, y todo lo demas



Mi papá nació en Necochea, una pequeña ciudad. Era el hijo mayor de una dinastía inmobiliaria de la que prefiero ahorrarme anécdotas más que nada para no amargarme. Algunas, las iré contando inconvenientemente.

Acabada la célebre y siempre por él alabada “toma del colegio Nacional” (relato que les evito, más que nada porque para literatura ya está el señor Proust), mi padre decidió que le gustaba mucho más lo de la toma que lo del colegio, y se decantó por la revolución.

Que conste que no digo esto para burlarme de su afición a la bebida, ya que ésta vez, cuando digo “toma” sólo me refiero al terreno político.

La cuestión es que tanto éxito tuvo esta pequeña revuelta infantil que mi padre, cuando sólo le faltaba un año para acabar su bachillerato, dejó el colegio y se marchó, solo y su alma, a la Gran Ciudad para trabajar en principio en un diario como periodista y después, ya veremos.
Ya veremos lo de la revolución, quiero decir. Y no se fué a Mar del Plata, que era la "gran ciudad" que le quedaba más cercana y cómoda sino a una gran ciudad de verdad: Buenos Aires, la Gran Capital Federal.

Como ya les expliqué que los ricos están todos locos, mi padre, al llegar a Buenos Aires no se fué a dormir a un hotel como hubiera correspondido. No no no, nada de hacer cosas normales como dejar el bolso en un hotel, comer algo e irse a dormir para ir a presentarse al diario a una hora más....clásica de entrevistas de trabajo, digamos. No no no, nada de eso.

Sin llamar por teléfono ni mediando telegrama y menos aún cita previa, tardó unos quince minutos en llegar de la estación de trenes a la recepción del diario más importante que existía entonces en Argentina: La Opinión. En medio de la noche.
Así nomás, sin dejar la valija en un hotel ni ducharse, paró un taxi que lo llevó a la puerta de la redacción.

Mi señor progenitor murió a los 52 años aparentando quince menos y a juzgar por las fotos que he visto, mucho me temo que en su adolescencia pasaba lo mismo, así que no me cuesta imaginar la sorpresa de la recepcionista del diario, cuando vio a ese infante vestido de grande entrando al diario a las doce de la noche.

- Buenos días- dijo mi padre- quisiera hablar con el director.
- ¿Con el Director, querido...? - Dijo la señora-
- Sí, sí, quiero hablar con el Director.
- ¿Tenías cita...?
- No, dígale que soy periodista de Necochea, que necesito verlo.

No conozco la parte del cómo mi padre consiguió subir al despacho del director, pero lo que cuanto a continuación es histórico:

Ya arriba, muy tranquilo y resuelto, mi papá le explicó al director del diario que acababa de llegar de Necochea para trabajar como periodista, y que venía a pedirle de trabajar en “este diario” porque “después de estudiar detenidamente toda la prensa del país, este diario me ha parecido lo mejor”.

¿Se acuerdan que mi papá en ese momento tenía 16 años, no...? Lo digo porque no sé si ya lo había escrito, y si lo había hecho tal vez alguno lo había olvidado. Sigo.
Supongo que al señor éste le habrá costado no soltar una carcajada al escuchar de la boca de ese insecto: “-...después de estudiar detenidamente toda la prensa del país, este diario me ha parecido lo mejor”.

Habiendo conocido a mi padre, no me cuesta imaginarlo: él muy serio, comprando en Necochea todas las publicaciones nacionales existentes y mandando a pedir por correo las que no llegaban a la ciudad: como una misión impostergable, como un designio divino y de la naturaleza. Decidiendo que “su” lugar revolucionario se encontraba en las tripas mismas de La Opinión, en Buenos Aires. Y más aún: haciendo sentir partícipes de la futura gesta revolucionaria a los kioskeros necochenses que encantados de la vida y maravillados ante las locuras del niño Jorgito, se remitían a sus más selectos y exquisitos distribuidores para que les consiguieran ejemplares de prensa que de no ser por el “niño Rôo” jamás se hubieran enterado que existían. Todos participaban en esta bella misión.

El señor director parece que lo escuchaba extasiado, hay testigos. Los otros periodistas, desde fuera del despacho, comenzaban a preguntarse quien era ese pibito que hacía una hora estaba hablando con el jefe.

A mí me da como que este hombre habría tenido un día duro, estaba cansado y escuchaba a mi padre en medio del éxtasis místico que genera la mezcla del sueño con el hambre de un bife de chorizo. Creo q el director del diario lo único que quería era comer e ir a dormir, esa es mi impresión, no me pregunten porqué.  Sobre todo teniendo en cuenta la hora, porque sé que todo ésto pasó de noche muy tarde, que es a la hora que llegaban en ese entonces a Buenos Aires los camiones y los trenes desde Necochea.

Pero parece que algo le hizo gracia al señor porque llegado un momento equis, interrumpe la conversación y le dice:

- Ocá, pibe, perfecto. Te voy a hacer una prueba ¿te animás a hacer una prueba, no...?
- Porsupuesto. (Já, qué se pensaban que iba a contestar mi papi).

El Director abrió la puerta del despacho y llevó a mi padre a una gran sala llena de periodistas y mesas con máquinas de escribir:

- ¿Ves esa máquina de escribir...? Sentate ahí y escribite algo.....a ver dejame pensar.....mmmm.......ya sé: escribite algo sobre Dios.
- ¿...Sobre Dios...?
- Sí, sí, tenés una hora para escribir algo. Me voy a comer y cuando vuelvo me lo mostrás.

Esto desconcertó un poco al pequeño infante, el Director no le había mencionado las luchas de clases, ni los derechos de los trabajadores ni la revolución. Le había pedido que escribiera “sobre Dios”. Pero él estaba ahí para quedarse a trabajar y eso era, de entrada, aceptar instrucciones, así que mi padre, con todo y sus dieciséis años, se sentó enfrente de la máquina de escribir y sin actuar una seguridad estudiada, clavó sus dedos en el teclado.
El director del diario apenas si había apoyado un pié para marcharse cuando mi papá lo interrumpió:

- Una cosa....
- Sí, pibe, decime.
- La nota ésta sobre Dios....
- Sí, sí, qué pasa?
- ¿La tengo que escribir a favor o en contra?

Cuentan los que estuvieron que se hizo un gélido silencio en toda la redacción, y que el Director del diario le dijo a mi padre:

-No hace falta que escribas nada, pibe. Venite mañana a las 9, estás contratado.