divendres, de març 02, 2007

Paris, mayo de 1968


Balvina dio un beso en la mejilla a sus hijos.

-Bueno...a bañarnos- les dijo-

Había algo extraño en la manera. Como si los estuviera por dejar en una sala de operaciones para que les extirparan un trozo de hígado enfermo.
Era mayo en París, en la portería de un elegante edificio a dos calles de los jardines de Luxemburgo.
Balvina agarró a sus hijos de la mano y abrió la puerta del sótano:

-Es por aquí-

Bajaron los escalones en medio de la oscuridad, no había luces en el pasillo, sólo en el sótano donde los propietarios guardaban sus trastos: equipos de esquí, cajas con cuadros....Al fondo del pasillo, un improvisado baño con ducha, sin luz y con una puerta de madera rota, que había que dejar abierta para poder ver algo.
Restos de instalación y cables mostraban lo que en algún momento habría sido una lámpara en el techo, pero el deterioro era evidente y Manuel, el día anterior, prefirió dejar el baño sin luz a que su familia se quedara electrocutada.

-No se preocupen por el frío, será un segundo-

Preparó las toallas, acomodó los pijamas sobre la misma silla que utilizó para sostener la puerta y abrió el grifo. Comenzó a fregarlos con un mínimo de jabón, calculó la cantidad exacta que los limpiara: ni un poco más. Por nada en el mundo les hubiera alargado el sufrimiento de sentir en sus cuerpos pequeños, el chorro de agua helada.





Ilustración: Mariana Chiesa.
Texto: Georgina Rôo.