La primera noche ellos se acercan y cortan una flor de nuestro jardín, pero no decimos nada.
La segunda noche, ya no se esconden y pisan las flores, matan nuestro perro y no decimos nada.
Hasta que un día, el más débil de ellos entra solo en nuestra casa, nos roba la luna y, conociendo nuestro miedo,
nos arranca la voz de la garganta.
Y porque no dijimos nada ya no podemos decir nada.
El texto: Vladimir Maiakovski.
En La foto: Albert Pla.