divendres, de desembre 08, 2006
La mesa
Tan poca importancia le daba entonces que aún hoy, al intentar describirla, me resulta imposible recordar de qué madera era.
Mi mesa, heredada y puesta en medio del salón más por no saber qué hacer con ella que por bella: ovalada y enorme, pesada y con tres patas.
-Hermosa esta mesa- recuerdo que dijo mi padre la primera vez que entró en casa. Esa casa mía, la de entonces.
Visto estuvo que lo de mi padre con la mesa fue un flechazo, ya que cada vez que recibía su visita, había para ella un comentario de elogio.
-¿ Te parece ?- recuerdo que le preguntaba con fastidio evidente.
Harta ya de intentar que algún integrante de mi familia alguna vez estuviera de acuerdo en algo conmigo, había desistido en mi intento de explicarle que esa mesa sólo era un tremendo trasto. Yo la conservaba más que nada por desidia. Aguardaba el momento para venderla, tirarla a la calle o romperla en mil pedazos para usarla como leña: estaba segura que llegaría el día en el que sabría exactamente qué hacer con ella, no me preocupaba.
-¿ Cómo se te ocurre deshacerte de ella?- preguntaba mi padre- que por entonces y como en casi toda su vida de adulto, no tenía ni mesa, ni sala, ni casa.
-Alrededor de una mesa pasa todo- me decía- Sobre una mesa se puede escribir, se puede leer, se puede comer, se puede hasta hacer el amor..!
Pasando por alto la súbita inquietud que me provoca escribir la última referencia de mi padre en relación a la mesa, recuerdo perfectamente el fastidio que me provocaba la permanente insistencia respecto su magnificencia, belleza, etcétera.
Ahora vivo en París. Mi casa tiene una sala enorme, llena de libros y de plantas.
Alrededor de una fantástica mesa de madera, he acomodado varios sofás en donde se sientan a charlar mis amigos mientras beben vino, y hablamos de todas esas cosas que cuando uno junta alrededor de una mesa se hablan.
Y aunque me resultaría bastante complicado traer en barco aquella mesa, no pasa un sólo día en el que atraviese el pequeño estudio y no piense:
“- En ese rincón, bajo esa ventana en esta sala, que hermosa se vería y qué bien me vendría aquella mesa.”
Para ponerme a escribir, para leer, para comer e incluso, aunque sería inevitable no recordar a mi padre, para hacer el amor.