dijous, de març 09, 2006
Amparo
Nos conocimos en París hace seis años, en las clases de francés de Madame Thomas de Sainte Marguerite. Todavía no sabíamos que se llamaba Pauline, ni que había estado casada durante años con un escritor venezolano. A mí me encantaba su manera de andar, su rodete canoso, peinado impecable. Nos hacía estudiar un poema de memoria en cada clase. Todavía recuerdo "Barbara" de Jacques Prèvert:
Barbara...il pleuveut sans cesse sur Brest ce jour là...
et tu marches suriante, èpanuie...
No quiero recordar. Necesité seis años y varios viajes para conseguir ser feliz allí. A la gente le gusta pensar en París. La gente escucha París y piensa en amantes, paseos y felicidad. Pero yo no conseguía dejar de llorar. Llorar, llorar y no parar. Las botas mojadas por la lluvia, las medias empapadas y frías, el pelo enredado en la nuca poque cuando me lo lavaba tenía que hacerlo tan rápido que no me lo podía desenredar.
Viví en una habitación ínfima (sólo entraba una cama, una hornalla y una caja) y sin baño. Todavía puedo sentir el dolor en la nuca, como una espada clavada hasta la garganta cada vez que bajaba la cabeza para ponerla bajo el chorro de agua helada.