dijous, de novembre 30, 2006

La cebolla cruda y los hombres de mi abuela



Cuando yo era chiquita odiaba la cebolla. La cebolla cruda y la cebolla cocida. No sólo no me gustaba sino que me hacía mal.
Mi abuela, amante de esta raíz y esposa de un hombre, desconfiaba sistemáticamente de todo lo que le decían, incluso conmigo: a pesar de ser su nieta, pensaba que yo le mentía. Todo lo que le dijera era puesto en duda, incluso que no me gustaba la cebolla.

Cuando mi abuela era grande odiaba a los hombres. A todos los hombres. No sólo los odiaba sino que los quería matar.
Y yo, amante de ellos e hija de uno, intentaba con afán hacerla cambiar de opinión incluso a ella: a pesar de ser mi abuela, no la entendía. Todo lo que me decía me inquietaba, desde su insistencia para que coma cebolla hasta lo de los hombres.

Ahora que ella ha muerto, tengo un amante asesino y otro cocinero. No creo tener futuro con ninguno. Pero he sabido de un biólogo investigador de cultivos que intenta conseguir una nueva especie de cebolla: una que al abrirla no haga llorar.

dimecres, de novembre 22, 2006

Septiembre de 1976

- No sabés, gordo, tenías que escuchar hablar al hijo de puta, diciendo que la democracia es un abuso de la estadística y hablando del azulino ¿te das cuenta? ¡del azulino! quince minutos de televisión a las nueve y media de la noche disertando sobre qué palabra es más chic, si "azulado" o "azulino"...

- Ja ja ja, me hacés cagar de risa...

- No, gordo, qué cagar de risa...Estoy harto.

- Ya sé, Mario, no me vengas a dar cátedra...ya sé...

- ¿Y entonces qué decís, pelotudo..? Si te digo ésto es porque me dio asco, asco físico, de irme a vomitar al baño.

- Sí, flaco, pero él no es el enemigo, no es para ahí para donde tenés que apuntar...

- ¡Pero si yo no apunto para ningún lado! Yo estaba en la mesa, comiendo tranquilamente y aparece el tipo en televisión, diciendo lo sorprendido que estaba que la gente estuviera reputeada porque él había dicho que a Latinoamérica lo peor que le puede pasar es la democracia ¿esto lo podés entender..?

-Ya sé, Mario, ya sé...pero entendeme lo que te digo...

- Sí, pero vos a mí también entendeme. Mirá, yo espero que esta ciudad no te haya aburguesado demasiado, pero a ver si te queda clara la situación: vos estás acá, en París, rebacán, pero allá están violando embarazadas y tirando gente al río desde los helicópteros! Yo no quiero entender a un tipo que tiene la posibilidad de crear conciencias, de denunciar atrocidades y prefiere hablar de poesía épica y defenestrar la democracia, no quiero, gordo, no puedo, no me sale y no tengo ganas...

-¿Crear conciencias...? ¿ che loco no se te está yendo un poco la mano..?

-Sí, crear conciencias, educar la sensibilidad, de todo podría hacer ese tipo, el mundo se está transformando en algo asqueroso, se está desbalanceando mal, y allá están reventando a todos, a todos. ¿Vos a quién creés que están haciendo pelota? ¡a la gente que piensa, gordo, no van a la remanchanta!.

-Ya sé, Mario...no soy tarado, eh? Lo que te digo es que el tipo es un artista, un escritor...

-Un hijo de re mil putas es lo que es...

-A ver...¿no te parece que le estás cargando mucho las tintas al pobre tipo? él escribe libros, nada más...además ¿te vas a poner a juzgar a todos los escritores fachas de la historia? mirá que se te complica, eh? y te aseguro que el viejo no es que va a salir peor parado...

-Mirá, yo no estoy juzgando ni al viejo ni al mundo, yo te estoy explicando una situación concreta en un momento concreto de la humanidad, y al arte me lo paso por el quinto forro de las pelotas.

-¿Ah, sí...?

-No me jodas, Capdevila, no empecemos...Esto se está yendo al carajo, yo no quiero ver a un tipo laburando diesiséis horas y que no tenga guita para que el hijo se compre un par de zapatos...¿entendés gordo? No sé qué pensarás vos en esta ciudad de mierda que vivís donde hay pares de medias que cuestan los mismo que paga mi vieja de alquiler de la casa, pero a mi me parece que si no se hace algo todo se va a ir al carajo...

-...y vos no creés que todo se fue ya al carajo...?

-Por eso, viejo... ¿cómo pensás que me siento yo al escuchar a un tipo diciendo esas animaladas? ¿te parece normal que no reaccione? ¿porque qué sería lo correcto? ¿quedarme escuchando y no decir nada?

- No sé, Mario...no sé, qué se yo lo que me estás preguntando...pero lo que sé es que el problema no es este tipo...eso lo tengo reclaro.

-Ok, lo tenés "reclaro". De acuerdo, el problema no es el tipo, él escribe libros y tiene permiso para decir lo que quiera: más o menos es eso lo que me estás diciendo ¿no? Ahora si querés hablemos de Celine, de Gide y de la concha de tu madre. ¿Sabés lo que pasa, Capdevila? Porque yo le estoy hablando al mismo tipo que se sentaba conmigo en el secundario, no? ¿o también te cambiaste de nombre? no sé, capaz que ahora te llamás "Capdevilá" o "Capdevileux"....

-Ahora no me jodas vos...

-Lo que te decía, viejo, "Para que el mal triunfe sólo hace falta que los buenos se queden callados" ¿Te acordás..?

-Me acuerdo, me acuerdo...

Entonces se hizo un silencio, un silencio que en diez segundos los llevó atrás, muy atrás. No tan atrás, hace veinticinco años.

dimarts, de novembre 14, 2006

El dia despues



Ni bien se levantó lo supo: se compraría un pez. No, mejor dos, para que no esté solo. Así que saltó de la cama y miró el reloj: muy temprano todavía, debería esperar unas horas hasta salir a comprarlo; eran las cinco y cuarto de la mañana.
Pensó si salir igual, y esperar. Pero no: podía encontrarse con ellos, con los que vuelven. Ellos con los que hasta ayer se juntaba. Un ellos al que ya no quería pertenecer.
Sería feliz, lo había decidido, y se compraría un pez. No, mejor dos, para que no esté solo. O tal vez pensándolo tres. Dos es un número complicado.

divendres, de novembre 03, 2006

Nadie nos dijo que no era tarde.

Se nos cayeron las lágrimas y los dientes. La piel nos quedó rota y el pelo blanco, enloquecimos de ira, desfallecimos: nos sobrevino el desencanto. Fuimos niños en guerra y adolescentes abandonados.

Antes de caer por el precipicio alcanzamos a recuperarnos. Intentamos mantenernos en pie y no lo conseguimos: se nos rieron en la cara mientras aplicados estudiábamos idiomas extraños.
Gastamos dinero, lo tiramos, lo prestamos. Lo debimos. Lo dejamos en depósito. Nos desapareció en el banco.
Pasaron helicópteros por encima de nuestra cabeza y tuvimos pánico: no entendimos porqué estábamos siendo acosados. Atravesamos la frontera con el corazón en blanco. Sobrevivimos pesquisas, recuentos, listados. No sabíamos lo que estaban buscando, y escuchamos por la tele “avalancha de indocumentados”.

Aparecimos en urgencias borrachos y maniatados y perdimos las batallas: una, dos, tres, cien, casi quinientas. Dormimos en la calle en invierno, y en casi todas las estaciones del año. Nos agarró la policía, y hubo médicos que nos vendaron las manos.

Nos repusimos de casi todas las heridas, salimos a desayunar enamorados. La ciudad era nueva y para nosotros, el cielo era azul y había sol y por fin era todo era tan claro. Teníamos tanto que hacer de repente, qué bonito.

Caminamos rumbo al trabajo y vimos un hombre caer al asfalto. Ni siquiera se había ido el olor del café que habíamos desayunado cuando tuvimos al hombre al lado nuestro, estrellado. Y ese día trabajamos igual, sin que nos pagaran la seguridad social. Y más, se reían de nuestro catalán. Ja ja ja ja. Quedábamos ridículos, escuchamos decir, no lo conseguiríamos jamás.

Mientras, volvíamos a acostarnos hasta mañana en nuestro colchón en el suelo y leíamos a Marti i Pol y tomábamos té y no comíamos pan. Escuchábamos a Sisa y a Lluís Llach y copiábamos los versos en papelitos y hacíamos collages: hasta mañana que hay que volver a trabajar. Las horas que hagan falta, sin seguridad social. Y nos abrazábamos desaforados dibujando y marcábamos en lápiz las palabras que no entendíamos: nos compramos un diccionario español-catalán.
Mira, lee, me encanta, te compro el libro cuando cobre, no tengo un peso pero no importa, para comprártelo voy a dejar de pagar el gas. Y nos rechazaban la residencia, nos decían que no, que ni trabajo ni nada, que ni hablar. Y nosotros cada vez más enamorados de la ciudad, cantando por las calles a las tres de la madrugada debatíamos sobre el “testimo” el “teamo” y el “et trobo a faltar”.

Y nos sentimos cerdos al estar tan tristes, porque veíamos por la tele que llegaban pateras, y nosotros esa noche teníamos un concierto en Razzmatazz. Y había casi como una prohibición de sufrir: teníamos zapatos y leíamos el periódico, estaba claro: no era igual.

Nos llamaron por teléfono para ir a un entierro. Y fuimos. No pudimos contener nuestro llanto, lloramos. Por el muerto, y por lo que era todo en sí. Rezamos, tan tristes estábamos. Elevamos una plegaria al cielo: aún ateos. Porque era muy triste todo y sin embargo, al regresar en el coche, nos preguntaron porqué llorábamos, si el muerto no era un gran amigo ni un familiar. A semejante pregunta ¿qué podíamos contestar?.
No podíamos sentir la muerte de quien no nos pertenecía, no se podía llorar a quien no correspondía, supimos entonces: no había permiso para tanto, no se nos había llamado para llorar de verdad y molestar.
Eramos una especie de bulto que sumaba al cortejo, nada más.

Comenzaron entonces a temblarnos las manos y tal vez sea verdad que no somos los mismos y más. Más, más mucho más.
A saber lo que nos tiene preparado el destino después de tantas, tantas pérdidas, y amigos perdidos y enemigos conocidos, y errores cometidos, y arrepentimientos sin sentido... A veces pareciera como si todo hubiera sido demasiado y nos aterra escuchar cómo algunos tienen cuerpo para seguir en guerra, y de este lado, juntos y solos, tan rotos, cristales, absolutamente vulnerables, sin sangre para ninguna más lucha, ni puesta a punto, tan heridos, espartanos, medio náufragos, como si cada dolor sufrido por el otro fuera un pedazo nuestro, una extensión, un tajo abierto en el hombro, una misma carne.

Y nos preguntamos cuándo vamos a empezar a ser grandes, mientras vemos pasar los años en el pasaporte, queriendo y no encontrando una respuesta, preguntándonos cuando empieza la parte de la película en la que el muchacho se salva.

Porque nos miramos al espejo y hay como un hombre o algo ahí del que se espera ¿quéseespera? Si ni podemos con nosotros y ya hay otros alrededor creciendo que esperan-necesitan creen-suponen tenemos una llave, la respuesta de un final con torta y con boda y entonces abrimos las palmas de las manos como una granada estallada y las apoyamos en los costados de la cabeza, y nos tapamos más que las sienes y los ojos, toda la cara. Y nos prohibimos pensar más y salimos a la calle y no nos hacemos más preguntas ni nos permitimos más llanto.